viernes, 25 de mayo de 2007


El Milan no se mereció nada
Tuvo que ser la historia, empeñada en hacer justicia, quien decidiera que la balanza se inclinase del lado italiano, pues de ninguna otra forma puede explicarse que los lombardos se llevasen la final. Jamás nadie logró tanto botín con tan precario asalto, pues el Milán jugó un partido horrible, repleto de errores y falto de ambición, lejos del estereotipo de los equipos italianos: rácanos pero determinantes. Sólo la suerte del primer gol, y la tímida oposición de un equipo menor, como el Liverpool, le permitieron levantar su séptima Copa de Europa. Y la historia, claro, esa dama tan elegante, que le otorgó la compensación de aquella noche triste de Estambul de dos años atrás.Debatíamos anoche, con Hierro y con Cappa, cuánto había de mérito en la labor de Benítez al frente del Liverpool. Porque a todos nos sigue pareciendo formidable que un equipo tan apañadito, donde casi nadie sobresale, se haya permitido el lujo de jugar dos finales en tres años. Sin pretender descubrir al técnico a estas alturas de la película, está bien interrogarse por qué Benítez, tras haberse gastado casi ciento cincuenta millones en la incorporación de veintiún jugadores, sigue sin tener ninguna estrella en el equipo.Porque por ahí se le pudo escapar la final al equipo de Anfield. Liverpool fue mucho mejor que el Milan, especialmente en la primera parte, pero sólo la tardía entrada de Peter Crough pareció darle mordiente al equipo. Muchos nos preguntamos hasta donde habrían llegado de contar con un Henry, Drogba, Ronaldo, Ronaldinho, Kaká, Rooney o Eto'o, pero quién sabe; a lo peor no habrían llegado nunca a la final.El Milan no mereció nada, pero Maldini si. El más veterano de cuantos jugadores de pie (por excluir al guardameta Zoff) ha disputado una final a lo largo de la historia, logró su quinta Copa de Europa. Ni Kaká ni Seedorf, a los que apenas se vió, quisieron hacerle sombra. Ni siquiera el nuevo presidente de la UEFA, Michel Platini, quien superados ya los cincuenta, se acordaría de aquel chaval que debutó en el Milan, con dieciséis años, la misma temporada en que él levanto la Copa de Europa más triste de la historia: aquella de la tragedia de Heysel.

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