jueves, 17 de septiembre de 2009


Flavio Briatore se va a marchar de la Fórmula 1 por la misma puerta que entró, la pequeña. Y no será porque no ha triunfado en sus 20 años de aventura. Conquistó cuatro títulos mundiales de pilotos y otros tres como constructor en Benetton y Renault, ha sido quizás la imagen más conocida, y a veces envidiada, de este deporte espectáculo, concentrando el glamour como nadie, y ha sido capaz de hacer dinero y proyectar sus negocios hasta la cumbre, ganándose el respeto de sus empleados como excelente gestor y descubridor de talentos, entre otros Michael Schumacher y Fernando Alonso.

Pero caminar sobre la delgada línea que separa el orden del caos tiene el peligro de que puedes caer por cualquiera de los dos lados. Así ha sido toda su vida. Briatore siempre ha tenido dos caras. Nacido en Verzuolo, provincia de Cuneo en 1950 un 12 de abril, debía ser maestro como deseaban sus padres y abuelos, pero estudió para aparejador, empleo que nunca ejerció. Porque a Flavio le tiraba más frecuentar el Country Club de Cuneo. Ambicioso y brillante, profesor de esquí a ratos, se ganó fama de playboy, aura que le ha acompañado siempre, y que nunca ha dejado de cultivar con las más exquisitas compañías femeninas. Allí le sobrevino el apodo de Tribula, definición para quien no se está quieto, lo intenta todo por todos los medios para lograr algo. Y Flavio quería dinero y fama.

A los 20 años se convirtió en el hombre de confianza de Attilio Dutto, duelo de la fábrica de pinturas Paramatti, hasta la muerte de este último en un brutal atentado en 1979, del que se dijo que estaba detrás el Clan de los Marselleses. Flavio cambió de aires a toda prisa y se fue a Milán para trabajar en Bolsa y allí empezó a asesorar al conde Achille Caproni, con inversiones en casinos por medio mundo, para luego convertirse en el gestor de su imperio. Sin embargo, se le involucró con algunos asuntos poco legales relacionados con millonarias partidas de póker, y le condenaron a cuatro años de prisión, aunque no los cumplió por una amnistía.
Fijó su residencia en Saint Thomas, en las Islas Vírgenes, donde abrió una franquicia de marca de ropa Benetton, a cuyo propietario conocía, y tuvo tal éxito que Luciano Benetton le encomendó expandir la marca por EE.UU, donde logró abrir 800 tiendas y amasar una importante fortuna personal, comprando varias casas, un yate y hasta un avión privado propio.

Al comprar Benetton el equipo Toleman de F1, Luciano le propuso a Flavio ser el administrador de esta nueva línea de negocio y en 1989, el primer día que puso un pie en un circuito, se dio cuenta de que aquél era su sitio, su mundo. Mientras crecía su imagen de glamour en el paddock, también lo hacía su leyenda urbana de contactos dudosos, culminando con la bomba que le colocaron en su piso de Londres en 1993, y que siempre ha negado entre risas que le perteneciera a él, sino que un comando del IRA la dejó abandonada en su jardín por miedo a ser descubierto.


Buenas tardes,

El hecho de que disfrute de unos días de descanso (que por otra parte me merezco) no hace que me olvide de la actualidad pipoliana.

Hoy es un buen día para dejar claro que ya va siendo hora de acabar con los paquetes. No estaría mal ofrecer al ilustrísimo ayuntamiento de Estepona el hecho de crear una liga únicamente para paquetes, una liga donde los ojos de aquellos que sabemos algo de esto que se llama fútbol no tuvieran que sufrir la tan negativa visión de jugadores que lo más redondo que han visto es un melón; jugadores como Pelu, ese que aparte de quejarse y retirarse de los partidos antes de tiempo, y al cual le hace falta un pelaito, pero un pelaito en condiciones, sin mariconadas, cada vez que toca el balón dan ganas de llorar, de llamar a la guardia civil para que lo enchironen; u otros como el sr. Lucas, ese que por dias engorda más y más, como un pavo navideño, ese que por muchas camisetas de Brasil o de la selección que se ponga siempre será un paquetón. Y eso que últimamente se lleva a un amiguito brasileño, vamos que se cree uno Ronaldinho y el otro Romario, cuando en realidad no pasan de Villarroya y de Oleguer. Da pena verlo tocar el balón, algunos van a verlo jugar para así curar su extreñimiento, y es que vaya mier...., de toque que tiene el señorito. Seguro que se declarar día nacional en el momento que cuelgue las botas. Hay otros especímenes futbolísticos por ahí. Y no quiero ser muy duro, pero es que lo de Carlos es para enmarcar. Te quiere echar el balón y lo manda a la grada. Vaya paquetón. Ni pagando es posible largarlo. Ahora dirán que me cebo siempre con los mismos, pero es que la realidad es la que es, y ante eso no hay nada que hacer. Muchas son las veces que le he comentado a mi gran hermano Álvaro el que sea generoso y de alguna que otra lección sin cargo a estos personajillos, pero el sacrificio es tanto que es más que comprensible el hecho de que no pueda atender estas vicisitudes.

Ahora dirán que este pequeño artículo es un ataque en toda regla hacia los aquí nombrados, pero no es así, es una pequeña muestra de la frustración de todo seguidor futbolístico que tiene que encontrarse con estos teleñecos sobre un terreno de juego.

Sin prisa pero sin pausa,

Don Miguel

 
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