lunes, 5 de marzo de 2007


El gol de la vida

Un balón. No tenía nada más. Pero eso bastó a Ronaldo para salir de su barrio humilde y acabar triunfando. Un balón. Sólo eso separa a miles de niños de la violencia, las drogas y la tristeza en todo el mundo. Ésta es una realidad con diferentes caras. Aquí te las traemos todas. Hemos estado en la favela Ciudad de Dios, en Río, con niños que sueñan con triunfar en los clubes europeos (y estos a su vez con que así sea). Te traemos también la opinión y proyectos de los cracks del deporte que más se implican. Y con ellos, como sucede con Ronaldo, algunas firmas, como Nike, que ha creado la fundación Nine Million para ayudar a niños refugiados.
Luizinho vive en Ciudad de Dios, un barrio de chabolas en Río de Janeiro. Tiene 11 años, no sabe leer ni escribir y sufre de ataques de epilepsia. pero es un niño feliz: ¡tiene una pelota para jugar al fútbol! Como casi todos los chavales de las favelas de río. los juegos de luizinho incluyen, al menos, una o dos horas de fútbol al día. por la mañana, por la tarde, por la noche... En Río siempre habrá niños tras una pelota (vieja, pequeña, reglamentaria, hecha con trapos) y la emoción será la misma: cualquier partido se juega como si fuese el último. Jugadas únicas e irrepetibles. En cualquier rincón de la calle es posible montar una picadinha .
En Ciudad de Dios hay partidos de fútbol en cada esquina. Y tiroteos a cada momento. Cuando esto sucede, los niños y los jóvenes no dejan su actividad porque no quieren interrumpir la que puede ser la mejor jugada de su vida. Eso sí, si una bala perdida penetra en alguno de sus cuerpos, como ya ha sucedido tantas veces, será la última jugada. pero no tienen miedo; piensan que siempre valdrá la pena. Joao, Bruno, Marlon, Luiz, Celso... todos ellos están empezando a vivir. Todos han crecido con la violencia. Oyen tiros todos los días. Todos cuentan que han visto armas, que han visto muertos; todos temen a la policía, temen a sus madres, que les gritan desaforadas durante el día para que se escondan si sucede algo. Sus padres casi nunca están; un primo mayor o un tío son la figura paterna ocasional. se pasan el tiempo en la calle. Sólo tienen tres horas de colegio al día. ¿Qué más pueden hacer que no sea jugar a la pelota?
Sin zapatos muchos de ellos, ya que no hay dinero para un par nuevo (ni viejo para gastar en el fútbol). Las cicatrices y la sequedad de la planta de sus pies forman costras gruesas. No sienten calor ni frío, ni el agua, ni el dolor de un balonazo. Nada. La pobreza los hace inmunes. Son niños hechos a sí mismos. Sin sueños más allá del fútbol. Sólo la pelota y un futuro difuso. No quedan muchas esperanzas en las favelas de Río de Janeiro. Pero la bola siempre será una promesa. eso siempre está ahí.
BAJO EL SOL
Mientras Luizinho patea la pelota, en la playa mas pija de Río, Ipanema, los jóvenes bronceados y esculturales pasan la pelota con logo entre sus cuerpos, sin dejar que se caiga, sabiéndose observados por las chicas que admiran el espectáculo. Ellas, con sus biquinis diminutos, con esos cuerpos casi míticos, miran de reojo el movimiento de los chicos con abdominales bien definidos. Todos se esfuerzan por ser matemáticamente perfectos en el toque del balón. con todos esos ojos femeninos, y también masculinos, que otean y analizan, hoy puede brindarse la gran oportunidad para disfrutar de un poco de retozón físico divino, algo más tarde, por la noche. Varios kilómetros más allá, a un universo de distancia, en las favelas, las niñas bolean como auténticas guerreras. Se acabaron las diferencias en el campo. Los varones las temen. Sus dientes blancos relucen como los de las fieras, cuando los garotos atacan con una zancadilla o un empujón. Ellos se escapan de sus ataques por lo pelos. Desde que las mujeres del equipo de fútbol brasileño ganaron la medalla de oro en los últimos Juegos Panamericanos, la pasión por este deporte ya no es sólo cosa de hombres. Las mujeres empiezan a reclamar su lugar en la historia del fútbol en Brasil. Ellas entran en el campo más dispuestas que ellos, con más garra.
ME PASO EL DÍA BAILANDO
En Río se juega en todas partes: en la calle, frente a las casas, en los campos... Como en un ritual, los niños gritan y corren tras la bola. Sólo la quieren para hacerla feliz... Con cadencia, con sabor, felicidad y nada de saudade. Los brasileños no juegan al fútbol, bailan con el balón, lo miman y, cuando lo lanzan con fuerza, es sólo para darle libertad durante unos segundos y recibirlo de nuevo para cubrirlo de paciencia. En Ciudad de Dios los chicos toman al periodista por un descubridor de jugadores, y todos se esfuerzan por hacer las mejores jugadas. Nunca se sabe si alguien, buscando el último valor futbolístico, entra en la favela para llevárselo y pulir lo que puede ser el diamante en bruto. Pero aquí la energía no está canalizada y los balones se van todos fuera. Parece mentira estar en el mismo país del que salieron Robinho, Ronaldo, Ronaldinho… Los niños me preguntan si los conozco, me ruegan que les diga que vuelvan Brasil a darles unas clases, que los aman, que son sus ídolos, que para ellos son lo mejor que el mundo les ha dado...
Rocinha es la favela más peligrosa y famosa de Río de Janeiro, en la parte sur de la ciudad. Es en la que más dinero sucio se mueve. Es al mismo tiempo apo calíptica y contradictoriamente preciosa. La montaña de Os Dos Irmaos la vigila. Los tiros y las entradas de los comandos especiales de la policía son permanentes. Incluso sacar fotos es peligroso. Y los espacios para jugar al fútbol son mínimos. Por la noche, las estrellas ofrecen una tregua. Los chicos juegan increíblemente bien. Cuando sale la cámara, alguien interrumpe con una señal. Un grupo de hombres examinan al periodista y después le dejan seguir. En esta favela, los niños, también descalzos sobre la tierra mojada, hacen lo mismo que todos: locos y atolondrados, se esfuerzan por mostrar lo mejor de ellos.
Muchos niños se toman muy en serio esto de jugar al fútbol. Saben que ser un crack puede generar mucho dinero para ellos y sus familias, a pesar de que son incapaces de elaborar una idea clara de la dimensión de las ganancias. De momento, sus ambiciones son pequeñas: comida y ropa. De este deporte todo el mundo sale ganando, todos son responsables de la administración, del mantenimiento del campo. Aunque parezca que no hay un orden, lo hay. Y es cierto que el ‘estadio’ se encuentra en manos de los propios miembros de la comunidad, pero la mano firme del traficante está en medio de todos, porque él lo controla todo. Los campos de tierra son para los jugadores más duros.
Casi todos los chicos muestran sus heridas de ‘guerra’. Costras y cicatrices de derrapes en el campo de arena. Ésta es la forma mas sana de socializarse: fuera de los bailes funk las partidas esporádicas permiten a la gente alimentar una ilusión; el fútbol es el deporte que más felicidad les ha dado. Si se quiere disfrutar de un ‘lujoso’ partido es preciso desplazarse hasta una de las zonas más pobres de Ciudad de Dios, en la cuadra 13. Allí hay un campo de césped artificial, con una pequeña caseta que aloja una oficina y los vestuarios. En el recinto se organien zan pequeñas liguillas, y los domingos es posible incluso, viendo el partido, comer carne asada de primera con cerveza fresca. De nuevo, nada en los pies de los jugadores. Uno de los chicos que juega como un diablo se lesiona. Su dolor parece insoportable. Alrededor no hay médicos. Sólo una señora que, con una botella de agua helada, le aplica un tratamiento de urgencia: rocía su maltrecho tobillo y lo dobla. El chico grita de dolor. Y la ‘enfermera’ le responde: “¡Chaval!, es lo único que hay”.
El éxito de jugadores como Ronaldinho, Robinho o Ronaldo hace que el sueño de miles de chicos pueda convertirse en realidad. Se generan colas enormes en las escuelas donde se sabe que van los buscadores de promesas. Pero la vida de una estrella del balón es muy dura, ya que exige mucha disciplina y dedicación. Muchos de estos niños tienen ese sueño: ser grandes, como los de la triple R. Y si no llegan a ser un “fenómeno” (como se conoce a Ronaldo), todo ayuda a que, al menos, no caigan en las garras de la delincuencia.
Jugar al fútbol es la única cosa buena que se puede hacer en una favela. Este lugar todo está dominado por la omnipresente delincuencia. Ya sea de día o de noche, los niños como Luizinho siempre tendrán una ilusión y un lugar donde jugar, en el que disfrutar del sencillo privilegio de ser de verdad niños, sin miedo a la muerte.

0 comentarios:

 
Copyright © 2011 A.D.C. PIPOLS.. Designed by Wpdesigner, blogger templates by Blog and Web