lunes, 26 de marzo de 2007


En la boca del dragón
• Más de diez mil personas se han congregado la semana pasada en un valle de las Alpujarras. Por la noche, suena la música a todo volumen, la gente baila y no cesa el tráfico de drogas. Durante el día, decenas de niños juegan con la basura de la noche y muchos ‘ravers’ continúan de fiesta. Es el Dragon Festival...

Estamos resignados desde hace años. La invasión del pueblo por parte de los jipis es un hecho y nadie hace nada. Vienen de todo el mundo”, dice Paco, un vecino de Los Tablones, pequeño pueblo de 200 habitantes integrado en el municipio de Órgiva (Granada). Habla del Dragon Festival, la rave más grande de España, e incluso de Europa, que se celebra a escasos metros de su pueblo. El enclave natural elegido se llama Los Cigarrones, un pequeño valle en la cuenca del río Guadalfeo, en plena Alpujarra granadina, por el que los del pueblo suelen pasear a caballo para disfrutar del paisaje.Este año el Dragon Festival celebra su décima edición y ha congregado a más de 10.000 personas que festejan la llegada de la primavera. Para llegar hasta el sueño dorado de punkis y pijipis (pijos jipis; se les llama así porque tras el fi n de semana se quitan su disfraz de pequeños subversivos para refugiarse en los regazos paternales) hay que sortear no sólo las infinitas curvas de la sierra alpujarreña, también los múltiples controles que la Guardia Civil realiza en las inmediaciones de la zona. Pero por más trabas que se le pongan, la fiesta crece año tras año, y con ello se desvirtúa la utópica idea con que nació (dar la bienvenida a la primavera) mientras crece el abuso de estupefacientes ilegales. Son habituales los carteles indicando la venta de drogas, que van desde un porro ya liado por dos euros hasta drogas peligrosas como la ketamina (un anestésico habitualmente utilizado en veterinaria para tratar caballos). Aunque los reyes son el speed, que se vende a 50 euros el gramo, y el MDMA (éxtasis puro cristalizado), a 70 euros. Diversos puestos ambulantes ofrecen también drogas “naturales”, como pastelitos de marihuana (llamados space cakes) o setas alucinógenas, que triunfan entre el público que reivindica la corriente jipi de los años sesenta. “Antes sólo veníamos unos pocos, pero después se convirtió en algo espectacular –dice Carlos, un punki de Granada capital que ha venido a la fiesta para vender speed–, hasta que se murieron dos chavalitos hace unos años. Pero parece que esta edición va a ser la más grande de todas”. Carlos aclara que puede vender mucho en el festival: “Aquí puedo despachar entre 50 y 80 gramos de ‘speed’ fácilmente y sin peligro de que me cojan los civiles”Para los camellos, es un mercado sin riesgo que se alimenta de las ganas de desfasar de miles de jóvenes. En las pistas de baile, y básicamente en cualquier parte del Dragon Festival, se pueden encontrar grupitos de gente partiéndose rayas de speed o de otras sustancias. Un joven que no tiene pinta de jipi, con pendientes de brillantes al estilo de Beckham y la cabeza rapada, pregunta: “¿La calle ‘tripi’, por favor?”. Acto seguido se tambalea y cae en redondo. Al menos cinco perros le rodean; la escena es grotesca. unos punkis le ayudan a levantarse. Está totalmente desorientado, así que le acompañan a uno de los numerosos puestos de comida y le compran una ración de patatas fritas que un decrépito y barbudo jipi vende a un euro. La cara del muchacho va cogiendo color, y poco a poco se recupera. “Estas patatas jipis son las mejores patatas que he comido en mi vida –comenta–. Seguro que se han criado en libertad y han hecho el amor sobre la tierra donde las cultiva”. Los perros que le rodeaban forman parte de la fauna de este tipo de celebraciones ilegales. Los punkis suelen poseer uno o varios de esos animales. En la rave se llegan a juntar pequeñas manadas de entre cinco y diez canes que andan a su anchas por los caminos de esta improvisada ciudad de la droga. Al salir el sol, los niños se incorporan a la fiesta. Los pequeños, hijos de los acampados que viven en el valle, aprovechan las latas de cerveza y otros residuos de la noche para jugar. Se divierten construyendo castillos de arena en el suelo mugriento, lleno de basura, o pateando latas entre las carpas. otros críos venden objetos en puestos ambulantes. “¿Cuánto por una de esas piedras coloreadas?”, pregunta un joven con la cara descolocada a un grupo de niñas de unos 8 años. Ellas le contestan en inglés: “One euro”. El joven compra la piedra y se la regala a una chica que pasa a su lado. En ese momento le muestra un cartón en el que se lee: “Vendo LSD y MDMA”. Ella sonríe con picardía y le muestra su bolsita de MDMA. A su lado, las niñas, inmóviles, observan cómo pasa la gente. Son los hijos de los jipis del norte de Europa. Algunos de ellos aseguran que viven todo el año en el valle de Los Cigarrones. “¿Colegio? Mi papá me enseña a leer”, dice Liberty en inglés. Peter es un joven holandés que afirma que se quedará a vivir en el poblado después de la rave. “Este sitio es un paraíso difícil de encontrar en el resto de Europa: buen tiempo y mucha libertad”. El poblado jipi está rodeado por la chatarra de coches viejos. A su lado hay una colección de esculturas de monstruos hechas con metal, juguetes infantiles por los suelos y varios caballos blancos atados a diversas caravanas. En uno de los extremos de la rave se encuentra la guardería de la fiesta. Un lugar donde los niños más pequeños corretean desnudos y sonrientes. A unos treinta metros, la música electrónica suena a todo volumen y sin descanso. En mitad de la noche lucen las hogueras que encienden grupos de amigos que se reúnen en corro. Los malabaristas juegan con antorchas mientras millares de jóvenes bailan a su lado. Algunos pasan horas pegados a los altavoces drogados de speed. No hay sexo entre los ravers: las drogas hacen estragos en la libido. Durante una semana, los jipis aún siguen celebrando la llegada de la primavera. La cuenca del río Guadalfeo se llenará de basura otro año más a su paso por Órgiva. Los que no se divierten No todo es fiesta cuando los jipis invaden Órgiva. Verónica Sánchez, presidenta de la Asociación de Vecinos del pueblo granadino, asegura: “Durante la fiesta, los jipis toman el pueblo, algunos van muy pasados y mantienen relaciones sexuales delante de la gente, o se suben a los árboles”. El alcalde de Órgiva, Adolfo Martín Radial, lleva diez años luchando: “El Ayuntamiento es el pupas; tenemos que recoger la basura y después facilitar dinero y comida a los que se quedan tirados en el Dragón”.La Guardia Civil asegura que no ha habido ningún incidente grave en esta edición, pero han decomisado cinco kilos de drogas diversas en los controles, además de numerosas armas blancas (24 navajas, bates de béisbol e incluso una hoz) y una pistola simulada.

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